En la edición 5, Mateo nos trae cuatro cuentos de su autoría. Empezamos con este.
Su narrativa nos genera cosas en la panza, atravesandonos el ombligo. Flossdorf mira a las personas con ojo de pez. Nada en las pelusas del aire acondicionado y se revuelca en la felpa de la revista. Rueda atrás de la cabeza. El chabón flashea. Y se fija el pelo mientras escribe un cuento de cómo es su día, cómo funciona la vida dentro de él.
Mateo Flossdorf nació en Buenos Aires en 2005, estudió música y también es actor. Escribe bajo la idea de una nueva mirada sobre la literatura y el cine como un espacio de reinterpretación y significación constante, haciendo de la escritura una expresión actoral y cinematográfica. Actualmente escribe en un NewsLetter con textos de su autoría llamado “Saquemos una Selfie Para Descontracturar” en Substack.
Miré a mamá a los ojos. Creo que no le pasaba nada. En momentos así, creo que a las mamás no les pasa nada. A sus ojos no les debe pasar nada. No podría tener ojos de felicidad porque sería imposible y hasta asustarán, pero sus ojos de angustia se borrarán al verme. Ojos esperanzados no le salen , así que la veo y noto que tiene ojos de nada. Me preguntó si quería comer y preparó fideos. Hizo una salsa especialmente mantecosa y llena de queso. Me acuerdo de verla moviéndose entre los vapores de las ollas que peinaron su pelo e iluminaron su rostro; suspiró con la intención de quien dice “ahora sí”. Suspiró entendiendo que a partir de ese momento todo sería más difícil pero no tan difícil. Suspiró porque a esa vida que había soñado solo en pesadillas ya la había tomado por los hombros y ahora la estaba masajeando.
Mi madre esa noche, después de cocinar, mientras yo hacía la tarea, y después de guardar las cosas del colegio para poner la mesa, y después de comer y juntar la mesa, y lavar, y poner la mesa del desayuno de mañana, pensó dos cosas: que la vida era solo poner y juntar la mesa, y que a veces habría que poner más platos, y otras menos. Algunas veces iban a ser pocos, pero grandes platos y otras veces montones de pequeños platitos repletos de distintos tipos de comida pequeña desbordándose. A veces esos platos serían de plástico, otras veces no habría platos, y otras veces esos platos se romperían. Se romperían cuando los sirviera, cuando los pusiera, cuando los juntara o cuando los lavara harían grandes desastres que hasta cortarían sus dedos. Otro día pondría yo la mesa y notaría que ella lo hubiese hecho distinto pero le encantaría mi manera; y otras veces lo haríamos entre los dos. También pensó en lo mucho que le gustaría agarrarme de la mano para caminar descalzos hacia el jardín una noche de lluvia y convertirnos en la planta que más quisiéramos: No importa si nos riega un enemigo, un villano, alguien bueno o alguien malo. Creceríamos igual. Y si no hubiera nadie para regarnos, estaría la lluvia. Depender de la lluvia es depender de que todo salga con el curso natural de las cosas. Pero si a esa planta no la regara nadie y hubiera sequía, se esforzaría en meterse para abajo y encontrar un río subterráneo que la embriagara de agua fría.
Un día fuimos con mi papá y mi abuelo a pescar. Era un estadio donde la cancha era el agua. Había algún bote atado y el río marrón golpeaba suave contra el cemento de esas gradas. Ese día había mucho sol y muchas nubes. Ese día era todo en sepia. No pescamos nada. Después en casa preparamos un café con leche rebalsado. Comimos tostadas con manteca y azúcar y mis plantas de los pies se llenaron de migas y azúcar. Mis pies ese día estaban llenos de brillantina dulce. Pienso ahora en volver ahí y caminar en el asfalto caliente y hacer suelas de caramelo.
De ese día no me acuerdo más nada. Creo que no me acuerdo mucho de ningún día y voy uniendo con partes de otros momentos. Creo que tiene más sentido todo, porque no hay más que un segundo memorable y tampoco hay tantos días.
Cuando mi papá murió, yo ya estaba listo. Mi mamá también. Creo que me angustió másla desconsoladora frase todo va a estar bien que escuchar el crujir del piso de madera de casa y darme cuenta que ya nunca va a sonar como antes: una sinfonia arquitectonica que suena solo en las casa viejas y que dejan un silencio que no llena nadie. Mi padre sólo aparece para poder rezar en las noches.
Todo ya está bien. Podría ser diferente, podría estar jugando a la pelota con mi papá en vez de estar en un velorio eterno. Pero no hay forma de que pueda imaginar eso. A él sólo lo veo en un río marrón. Sus orillas son gradas y el río es una cancha que se extiende infinitamente. Lo veo sentado al borde. En un intento de pesca o de ser pescado o pez. Como alentando al río. A su lado está mi abuelo. Yo ahí no estoy ni cerca, pero está bien, porque ellos sienten lo mismo.