En la edición 5, Mateo nos trae cuatro cuentos de su autoría. Empezamos con este.
Su narrativa nos genera cosas en la panza, atravesandonos el ombligo. Flossdorf mira a las personas con ojo de pez. Nada en las pelusas del aire acondicionado y se revuelca en la felpa de la revista. Rueda atrás de la cabeza. El chabón flashea. Y se fija el pelo mientras escribe un cuento de cómo es su día, cómo funciona la vida dentro de él.
Mateo Flossdorf nació en Buenos Aires en 2005, estudió música y también es actor. Escribe bajo la idea de una nueva mirada sobre la literatura y el cine como un espacio de reinterpretación y significación constante, haciendo de la escritura una expresión actoral y cinematográfica. Actualmente escribe en un NewsLetter con textos de su autoría llamado “Saquemos una Selfie Para Descontracturar” en Substack.
En una sala de espera con paredes pintadas de color verde oliva y cuadros de flores comprados en supermercados, una mujer espera un turno médico. La luz, una mezcla fría con cálida, parece hacer ruido, pero no se escucha nada. A su lado hay una pequeña mesa con una pila de viejas revistas deportivas. Piensa en leerlas, pero se ataja de la nostalgia que las imágenes atléticas, entre eróticas y fashionistas, pueden generarle. Ojea desde ahí, sólo moviendo el cuello si hay algo sorprendente en esas páginas como para que la angustia de la deportista que pudo ser y no fue se contrarreste. Ella como niña adulta, con los pies colgando sobre un largo banco, vestida de lo que parece ser un disfraz de tenista. La ilusión de la deportista reventada que termina en un programa de aire haciendo tartas como columnista en un programa de cocina. Pero el destino de esa mujer tomó otras rutas. La mujer, como buena mujer que lleva una cartera sobre sus piernas y las manos en las rodillas, suspira pensando en sus limitaciones hacia el entretenimiento pasatista. Lo hace pensando en que no solo se limita a la idea de que no es exitosa, sino que encima no puede entretenerse con estímulos ajenos a lo que puede haber en su mente, porque eso reafirma entonces su idea de falta de triunfo. La mujer, con la necesidad de que el tiempo pase más rápido, ya habiendo analizado la habitación por completo, identificó de dónde venía cada ruido que llegaba a percibir o imaginar, reafirma su suspiro y cierra los ojos. La mujer imagina que está conduciendo un auto rojo descapotable con un pañuelo en la cabeza, manejando al mejor estilo “Thelma y Louise”, sola, pero al mejor estilo, estoy acompañada. Mi compañía vos no la ves. Después se da cuenta que no. Que su imaginación está casi implantada. Nada tiene que ver con ella esa imaginación, así que comienza a hacer una especie de scrolleo en su cabeza, una serie de imaginaciones que tenía guardadas para probarlas en situaciones así. Acomoda la conducción y pasa del auto rojo descapotable a la camioneta Fiorino, utilizada como pequeño flete con la naturalidad de quien pasa del vino blanco al vino espumante. Es ahí cuando aprieta los dedos contra sus rodillas, aprieta los labios, respira hondo, abre los ojos, y mirando un punto fijo dice para sí, niega con la cabeza —Pero no… no Lucrecia… son tus sueños, no escatimes en imaginaciones… —decide entonces decir la verdad. Decide entonces gastar esos pensamientos divertidos y de consuelo que no sabía cuáles eran pero venía guardando para momentos de aburrimiento extremo como un viaje largo en avión, o un eterno secuestro, o un extenso viaje en avión que a su vez es un secuestro y decide adentrarse a ello: Lucrecia se imagina manejando sola en un camión gigante color naranja. Se imagina poniendo el camión en una especie de piloto automático para recorrer las inmensidades de ese hogar que había construido ahí, en su camioncito, como si fuese un edificio acostado. Recorre cada espacio. Va y vuelve desde el asiento del conductor hacia el acoplado. Construye puertas y pasadizos. Recorre un supermercado especialmente hecho para camiones al que subís con el camión en marcha. Se imagina cocinando comida deshidratada y explicando las recetas como si alguien la filmara, preparando elaboradas comidas en su camión. Concretando así una especie de programa de domingos por la mañana que es para ella la combinación perfecta entre rutero y programa de ama de casa llamado “Este estudio es un camion” y despues proponiendo un nombre aún mas experimental como “Rutero fierrero, camionero cocinero” una version alternativa de ese programa en el que interpreta a un personaje llamado Mario que es un mecánico sensible que adora en secreto la pastelería y mientras enseña trucos de autos y camiones, hace sutiles referencias culinarias que poco tienen que ver, ejemplo: tiramos el aceite hidráulico con movimientos envolventes.
Se imagina cambiando el dial de la radio dependiendo de la hora para escuchar sus programas de radio favoritos e imagina su codo izquierdo quemándose al sol. Luego piensa en que si alguna de las personas que tiene a su lado poseyera la habilidad de leer la mente, o sólo el poder de leer las imaginaciones pensaría que no sabe nada de camiones. Tan solo por las dudas comienza a repasar partes imaginarias del motor del camión, así le queda claro que ella sabe mucho de lo que habla, y que no cree realmente todo lo que estaba imaginando, porque si hay algo que la señora tiene en claro es que puede quedar como una boluda con todo el mundo, pero con una persona que lee la mente, o las imaginaciones, o simplemente alguien que con solo estar cerca interpreta sus fantasías no.