Con descripciones sumamente visuales y un precioso flujo del lenguaje, Mujica escribe sobre el vicio, entre el humo y la nicotina; un vecinito de por medio, tierno y con cara de voladito.
El jueves fumé un cigarro en el sillón del antejardín. Boté las cenizas en un cenicero de madera, cuadrado y profundo, que compré en un viaje a Villarrica. Quiero irme a Villarrica, pensé. También quiero sentir frío, y no el calor que siento ahora, y quiero dejar de fumar, eso pensé mientras miraba el montón de colillas en el cenicero. Y eso pensé también cuando me fui a acostar, cuando la cabeza quedó horizontal en la almohada y los pensamientos querían volver a su estado natural de verticalidad, entonces saltaron y cayeron y volvieron a saltar, así por largo rato hasta que se cansaron, o yo me cansé, y nos dormimos los dos, yo y mis pensamientos.
Dentro de todos esos pensamientos que saltan casi todas las noches, el más rumiante es que tengo que dejar de fumar, y me digo que mañana si, mañana dejo. Es una mentira que me digo y que además me creo, porque en las noches me creo todo, al contrario del día, donde dudo de todo.
La cosa es que me propuse confiar diurnamente en mis convicciones nocturnas, y al día siguiente saqué un paquetito de tabaco orgánico, que no es tabaco, sino una mezcla de flores y hierbas naturales, libres de nicotina y de cannabis. El paquetito me lo regaló una prima que vive en el sur, para que dejara de fumar. Se supone que ese tabaco “not tabaco”, como esa marca de mayo sin huevos y el manjar sin leche, está hecho de unas hierbas contra la ansiedad, como manzanilla, lavanda y pétalos de rosa. Así es que ese día me fui al centro y entré a un local que vende cosas para las personas que fuman marihuana. Me atendió un joven voladito. A los voladitos se les nota cuando hablan, ellos creen que no, pero yo siempre los noto. Hablan con un tono de voz que es igual en todos los voladitos, una voz de reggae, una voz relajada, que no tiene el timbre alto del enojo ni el timbre bajo de la depre, ni el ritmo apurado ansioso, ni siquiera un ritmo neurótico normal. La voz de los voladitos es pausada y suave, como si cada palabra fuese una hoja de cannabis llevada delicada y cálidamente por una brisa hasta mis oídos.
Le dije al joven que quería comprar papelillos, filtro y esa cosa para enrollar cigarros. El chico me mostró todas las opciones: filtros orgánicos y no, cigarros listos para rellenar hechos de cannabis “para que el viaje sea más poderoso”, enrolladores automáticos y manuales, etc. Le dije que me llevaba el enrollador manual porque era más barato, un paquete de filtro y un paquete de papelillos medianos de combustión lenta, porque el joven me dijo que era mejor. Y ya que andaba en esto de ser creyente de mis convicciones, decidí ser creyente de las convicciones de otros también, entonces le creí.
Cuando llegué a casa, coloqué todas mis compras en la mesa de vidrio. Puse el papelillo, el filtro y el tabaco de mentira en la enrolladora que es un trozo de tela engomada que se dobla entre dos tubitos de metal que giran y enrollan, por supuesto. Cerré la enrolladora y giré los tubitos de metal. Y me quedó un cigarro bien como las pelotas, bien como la mierda. No tengo talento haciendo cigarros, fumándolos sí. Así es que toda frustrada, me fumé el cigarro de manzanilla, y muy combustión lenta sería el papelillo, pero como el cigarro estaba mal hecho, la cuestión no me funcionaba, el filtro quedaba muy chico, en fin. En eso estaba, fumando mi cigarro falso, cuando sentí la voz del vecinito en el antejardín. Es la mía pensé, porque el vecinito es lo más voladito que hay. Todo el día fuma, y yo no sé cómo no he terminado volada yo también con el olor que deja. Yo le digo vecinito porque es muy tierno y buena persona. Este año, el vecinito por fin terminó la carrera de pedagogía en historia, a sus 32 años, y es como el típico profe de historia marihuanero, revolucionario y humanista. Aunque éste también cree en las energías y en el sexto sentido. Cuando viene a casa a pedir consejos sobre postulaciones a trabajos, o antes, sobre alguna materia que necesitaba entender, siempre estaba hablando de las energías. “Yo las siento vecina. Incluso cuando voy a casas donde pasan cosas raras, yo siento la energía, es como algo que siempre he tenido. Una vez estábamos con un amigo fumándonos un caño en el parque, y vi a una persona que se acercaba y de repente, la persona desapareció”. Pero estabas fumándote un caño po, le dije riéndome. “No, si el caño no te provoca alucinaciones, si tienes alucinaciones con un caño es porque tenís otra cosa, y no tengo otra cosa”, me dijo esa vez.
Fui a buscar la enrolladora, los filtros y la imitación de tabaco, y caminé hasta la casa del vecinito. Le expliqué que era un desastre armando cigarros y le pedí que me enseñara. El vecinito todo paciente, me explicó con detalle y me hizo un par de cigarros que quedaron super bien. “Ahora vecina, así quedan con la enrolladora, pero es más rápido a mano nomás”. Y se ve que es tan experto el vecinito que hizo a mano tres cigarros más, de un solo tirón, y le quedaron bien bonitos. Le di las gracias y el vecinito, con su ternura habitual, sus ojitos de monito de peluche y su voz delicada de voladito, me dijo que le avisara no más cualquier cosa que necesitara, porque así es el vecinito, relajado y amable.
Me devolví a fumar al sillón del antejardín. El cigarro ficticio estaba bien sabroso y aromático, aunque no reemplaza en nada a la nicotina, pero bueno, algo es algo y por algo hay que empezar las cosas, y me calma un poco el sólo hecho de aspirar este sucedáneo de cigarro. Igual no se me quitaba la imagen y las ganas de fumar un cigarro de esos tóxicos. Quizás, si fumara marihuana como el vecinito, estaría pensando menos en el cigarro, y menos en todo lo demás. Quizás, si fumara marihuana como el vecinito, mis pensamientos estarían resobre adaptados a cómo los ponga, horizontales o verticales, y se quedarían ahí, durmiendo plácidamente, o dándoles lo mismo, o no dándoles lo mismo, pero sin angustia por alcanzar la verticalidad. El vecinito tiene suerte, pensé.